A y M son dos muchachos muy aplicados, que viven en el sur de Bogotá y estudian conmigo en la Universidad Nacional. Con A nos reunimos a hacer todos los ejercicios de la Tipler en inglés que sólo se consigue en la Luis Ángel. La idea es meterle el diente a los ejercicios más difíciles y pasar todo el domingo en la biblioteca. Trabajamos de forma estructurada. Escogemos los ejercicios de común acuerdo y nos damos un tiempo razonable para resolverlos por separado. Después comparamos respuestas y seguimos los argumentos juntos. A no se aprende nada de memoria, cuando tiene que averiguar el resultado de cualquier función trigonométrica empieza por dibujar un círculo unitario en cámara lenta. Yo me trato de meter en el mismo rollo, pero a veces me falta paciencia. Los ejercicios que nos quedan grandes los anotamos para llevárselos al profesor en su horario de oficina. El profesor es excelente, pero nunca supe qué pensar de su prendedor en forma de pescado de esos que dicen Jesús. Los domingos la biblioteca está abierta de 8 de la mañana a 4 de la tarde. Para no perder tiempo, y que nadie nos quite el libro, llegamos bien desayunados y postergamos el almuerzo hasta el final. Siempre agarramos algo en la séptima antes de que cada cual se vaya para la casa. La comida siempre se siente como una recompensa; esa es la idea.
A veces me gustaría volver a tener la misma constancia y sentido del martirio al estudiar. Es bonito cuando la ciencia adquiere cierto sentido monástico, aunque en retrospectiva, y de esto estoy muy seguro, éramos detestables. M tenía el mismo método de A, pero prefería estudiar solo. A veces comparábamos respuestas al salir de los parciales. Aunque nunca se nos unió un domingo en la biblioteca, A y yo sabíamos que M era uno de los nuestros. M se perdió por mucho tiempo, y la última vez que lo vi vestía de monje, con una bata azul inmensa, unas sandalias de color café y una barba larga pero incipiente que hacía juego perfecto con su nueva indumentaria. No sé que será de él. Nunca tuve el valor de hablarle por más de cinco minutos después de su transformación.
Dos alemanas, conservadas y bonitas, estimo en sus early 40's. La más bonita es de Bavaria, la otra es Köln. Las dos han vivido en Hamburgo desde hace más de 12 años. La de Köln no sabe de la existencia de Plön, lo cual en el momento me parece preocupante. Hablamos de los acentos (del idioma alemán). La bonita me dice que cuando viva acá me tengo que conseguir una novia que no hable mucho inglés, para que pueda aprender el idioma. Con lo que en Holanda pagaria una porción mediocre de comida semi-real acá me he zampado una comida seria de 3 platos, una cerveza grande y un trago de una cosa italiana que hacen de uvas, pero que huele y sabe a alcohol puro. En Alemania no es raro que si el restaurante está lleno lo pongan a uno a compartir la mesa con extraños. He llegado a Hamburgo en un avión de mentiras y me ha dado la bienvenida una azafata boliviana muy bonita que me ha reconocido latinoamericano de solo verme la jeta. Hamburgo parece una ciudad de verdad, donde es posible perderse y volverse invisible.
En mi casa siempre hubo muchos libros cuando yo era niño. Eso de muchos es por supuesto una cuestión bastante relativa. No tantos libros como los que hay en las casas de los profesores universitarios, de cuyos hijos siempre tuve mucha envidia; pero si definitivamente muchos más ejemplares que en las casas de mis vecinos, donde el material impreso brillaba por su ausencia. Mi papá siempre compraba libros, y la verdad sea dicha, no recuerdo haberlo visto leyendo ni un solo ejemplar de toda esa biblioteca. Una vez un amigo me hizo caer en cuenta de lo poco usados que estaban todos los libros, muy probablemente escogidos en una revista del círculo de lectores iban a morir por siempre en la biblioteca de mi papá, vírgenes, sin lectores. Esa biblioteca tampoco la leí yo, pero creo que de una forma u otra ejerció una fuerte influencia en mi. Tenía razón mi amigo, hasta cierto punto, al decir que esa biblioteca era un desperdicio; pero también se equivocaba porque esos libros cumplían una función más vaga, no por más pasiva menos noble. Decía Roberto Bolaño que "uno tiene que salir de casa a buscar los libros que lo esperan". Creo que tenía razón.
Hace poco estuve presentando una entrevista de trabajo, y el libro que escogí para el viaje fue una cartilla de cubierta horrible titulada "A PhD is not enough". Claramente la idea de leer el libro era echarle más leña al fuego, inflar el video ya bastante grande de la entrevista misma. En el libro no hay formulas ni recetas, creo que tal cosa sería en sí farsante. Lo que el libro presenta es una serie de consejos, en general sueltos, y una lista de factores a considerar para tomar decisiones importantes. Factores que uno de novicio generalmente ignora o que parecen poco importantes pero que al final de cuentas pueden jugar un papel determinante en la carrera de un científico joven. Cosas como no concentrarse en una técnica, sino en un problema grande y divisible. Cosas como no desfallecer y buscar problemas "trabajables", que además de interesantes puedan garantizar la supervicencia económica en la perpetua competencia por grants. Consejos que no por obvios no se deban repetir: el mantener una buena dosis de "me gusta esta vaina y estoy aquí por convicción".
Planeo entregar mi tesis de doctorado antes de que se acabe este mes. Haciendo el doctorado llevo en teoría poco menos de 5 años, pero la idea de hacer un doctorado, en teoría, la tenía clara desde muy chiquito, digamos cuando tenía 20 años y empecé a querer ser como los profesores que me enseñaban y que acababan de regresar de hacer sus respectivos doctorados fuera de Colombia. Esa idea de volverme doctor parecía entonces una convicción inquebrantable, y sólo vine a inyectarle una sana dosis de escepticismo y duda en los primeros años, incluso días, como doctorando. En su momento también parecía el final de un camino, pero poco a poco se va uno enterando que el doctorado no es más que el comienzo. En el estado actual de las cosas, creo que tengo claro que quiero seguir en esto unos cuantos años más, pero también tengo claro que la idea rosada que tenía del mundo académico es tan sólo una idealización. No basta con producir consistentemente resultados sólidos y relevantes para ser bueno en esta cuestión. Al parecer también hay que saber jugar el juego, saber sobreponerse a los inevitables traspiés y conocer algunas reglas que no están escritas en ningún lado. Este libro le da al lector cierta perspectiva al respecto.
Doku.arts es un festival de cine sobre arte. Es un evento anual y es la primera vez que voy. Al parecer ha estado allí por más de tres años pero yo hasta ahora me vengo a desayunar. Es un festival pequeño y pasa en dos salas de cine diminutas que rara vez he visto llenas, y donde más de una vez me ha tocado ver películas siendo el único espectador. Se aprecia que en estos países ese tipo de espacios permanezcan. Estas cosas no existirían si se dejaran a merced de los mercados, si no fuera gracias al famoso estado de bienestar europeo cuyo final se vaticina tanto por estos días.
La mayoría de las pelis que presentaron están hechas para televisión y son documentales. Supongo que es difícil llevar cosas tipo "televisión educativa" al circuito del cine de crispetas. Es también difícil quitarse como espectador el estado mental de "televisión educativa" y tratar de mirar más allá del valor informativo y educativo, darse cuenta que detrás de estas producciones hay también directores y equipos de artistas tratando de proponer cosas.
Me vi tres documentales y los tres en general me gustaron mucho...
Exit through the gift shop
El esperado documental de Banksy no falló, aunque creo que salí más bien confundido. El New York Times dice que el documental ha creado un nuevo género: el prankumentary. En efecto al salir uno no sabe muy bien si le estuvieron mamando gallo. En restrospectiva creo que no, y creo que es una película inteligente que muestra dos caras opuestas del arte callejero, la de la escena underground contracultural y su posterior devenir en una moda superficial que de underground no tiene nada. Alguien dijo por ahí: everything that begins as an underground movement becomes celebrated at some point and is embraced.
Calder: Sculptor of air
A Calder lo conocí porque uno de sus móviles adornaba la portada del libro de algoritmos. En este documental hecho de retazos se puede apreciar la filosofía digamos juguetona detrás de la obra de este ingeniero convertido en artista. La mayoría del material es sacado de dos documentales anteriores: El circo de Calder y Drahtplastik. Lo que ha hecho el director es ensamblar pedazos de diferentes películas que incluyendo material inédito filmado en los 30's por los amigos chocolocos de Calder. Ojalá todos los artistas tuvieran la actitud de este señor. Fue interesante escuchar también el Q&A con el director, François Lévy-Kuentz, quien reveló al responder las preguntas la complejidad de hacer un armazón de material que otros han grabado sin interponerse de a mucho entre el artista mismo, Calder, y los espectadores. La peli no tiene entrada en IMDB, ni tampoco encontré trailer en linea. Aquí un pedazo del circo de Calder:
The Extraordinary Ordinary Life Of José González narra el proceso creador de este cantautor sueco de padres argentinos. La herencia cultural de González queda clara al escuchar de su boca quienes son sus influencias: Silvio Rodríguez y Nick Drake. No he escuchado casi la música de este señor, acaso su cover de teardrop, pero después de ver el documental me han entrado muchas ganas de hacer la tarea. Cualquiera que se inspire en la física de los fotones y los libros de Richard Dawkins para escribir un álbum de pop tiene mi voto de simpatía. Es un muchacho inteligente y sencillo, y toca lo más de bonito. El documental tiene cosas chéveres pero en últimas, más allá del carisma del personaje, pasa sin pena ni gloria.